A
veces con un libro tiene uno la sensación de haberlo leído antes. Es lo que me
ocurrió con El astillero de Juan Carlos Onetti. El regreso a una ciudad
que fue tuya, la rememoración de vivencias y escenas que viviste anteriormente,
el descubrimiento de matices de los que no fuiste consciente... Los regresos a
nuestros espacios vitales, que es lo mismo que regresar a nosotros mismos,
están llenos de coincidencias y terminan siendo coincidentes en todos nosotros.
Onetti
en El astillero se suma a esa poética narrativa que está presente en Kafka,
Céline o Faulkner. La poética que sentí tan mía cuando me
enfrenté al reto de escribir La renta del dolor, donde las
incertidumbres de Matilde Santos se llenaban de porosas sensaciones, ávida por
no perderse nada de tanto como había dado por perdido en el exilio, y que con
la vuelta la vida le ofrecía una segunda oportunidad. Tuve la sensación, cuando
caminaba de la mirada de Matilde Santos, que todos en nuestra existencia casi
siempre regresamos de algún exilio. Es lo que le ocurre a Larsen cuando regresa
a Santa María en El astillero.
En esta novela parece que no existe
historia alguna. Onetti acumula personajes en un aparente desorden, sin que
parezca que son parte de una historia construida, donde a cada uno se le ofrece
un rol y que entre todos va dando forma. Los personajes caminan por un truculento
laberinto que les hace estar siempre en el mismo sitio. No tienen un rumbo al
que dirigirse.
Ahí tenemos a Larsen, Kunz, Petrus,
Gálvez, su mujer o Angélica Inés, tejiendo sus relaciones sin un objetivo
claro. Superviven en estados de soledad, se dirigen la palabra, piensan. Es
como si se nos desvelasen las vidas de unos seres que solo aspiran a sobrevivir
en una existencia impuesta por la naturaleza, simplemente por el hecho de haber
nacido. No es muy diferente esta visión de Onetti a las realidades que
percibimos en el mundo que nos rodea: vidas solitarias, apagadas, que
deambulan, como si no tuviesen interés de buscar razones internas que expliquen
qué se pinta en este mundo.
Larsen, conocido ya en La vida
breve, vuelve a Santa María cinco años, después que fuera expulsado por el
gobernador. Le mueve la venganza, que es otra manera que tenemos de volver al
pasado o a territorios que nos acogieron alguna vez. Regresa porque siente que
ha dejado cabos sueltos en un retazo de su vida y, quizás también, para abrirse
a un futuro que lo libere.
Todo El astillero es un
escenario pleno de decrepitud, ruinas, herrumbre por doquier. Foco de desechos,
no solo materiales, también de miserias humanas. La atmósfera que envuelve las
páginas de la novela está sumida en el caos. Acaso en ella podamos entender
algunas de las claves de la desolación que invade al hombre de nuestro tiempo.
No está exenta la lectura de El astillero de intensidad en la prosa, ni de los
destellos de fuerza narrativa con los que Onetti la ha dotado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario