jueves, 16 de marzo de 2017

EL ASTILLERO


A veces con un libro tiene uno la sensación de haberlo leído antes. Es lo que me ocurrió con El astillero de Juan Carlos Onetti. El regreso a una ciudad que fue tuya, la rememoración de vivencias y escenas que viviste anteriormente, el descubrimiento de matices de los que no fuiste consciente... Los regresos a nuestros espacios vitales, que es lo mismo que regresar a nosotros mismos, están llenos de coincidencias y terminan siendo coincidentes en todos nosotros.
Onetti en El astillero se suma a esa poética narrativa que está presente en Kafka, Céline o Faulkner. La poética que sentí tan mía cuando me enfrenté al reto de escribir La renta del dolor, donde las incertidumbres de Matilde Santos se llenaban de porosas sensaciones, ávida por no perderse nada de tanto como había dado por perdido en el exilio, y que con la vuelta la vida le ofrecía una segunda oportunidad. Tuve la sensación, cuando caminaba de la mirada de Matilde Santos, que todos en nuestra existencia casi siempre regresamos de algún exilio. Es lo que le ocurre a Larsen cuando regresa a Santa María en  El astillero
En esta novela parece que no existe historia alguna. Onetti acumula personajes en un aparente desorden, sin que parezca que son parte de una historia construida, donde a cada uno se le ofrece un rol y que entre todos va dando forma. Los personajes caminan por un truculento laberinto que les hace estar siempre en el mismo sitio. No tienen un rumbo al que dirigirse.
Ahí tenemos a Larsen, Kunz, Petrus, Gálvez, su mujer o Angélica Inés, tejiendo sus relaciones sin un objetivo claro. Superviven en estados de soledad, se dirigen la palabra, piensan. Es como si se nos desvelasen las vidas de unos seres que solo aspiran a sobrevivir en una existencia impuesta por la naturaleza, simplemente por el hecho de haber nacido. No es muy diferente esta visión de Onetti a las realidades que percibimos en el mundo que nos rodea: vidas solitarias, apagadas, que deambulan, como si no tuviesen interés de buscar razones internas que expliquen qué se pinta en este mundo.
Larsen, conocido ya en La vida breve, vuelve a Santa María cinco años, después que fuera expulsado por el gobernador. Le mueve la venganza, que es otra manera que tenemos de volver al pasado o a territorios que nos acogieron alguna vez. Regresa porque siente que ha dejado cabos sueltos en un retazo de su vida y, quizás también, para abrirse a un futuro que lo libere. 
Todo El astillero es un escenario pleno de decrepitud, ruinas, herrumbre por doquier. Foco de desechos, no solo materiales, también de miserias humanas. La atmósfera que envuelve las páginas de la novela está sumida en el caos. Acaso en ella podamos entender algunas de las claves de la desolación que invade al hombre de nuestro tiempo.
No está exenta la lectura de El astillero de intensidad en la prosa, ni de los destellos de fuerza narrativa con los que Onetti la ha dotado.

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