lunes, 12 de diciembre de 2011

A la Alhambra por la Puerta de las Granadas

Matilde está ya en Granada, después de treinta años de exilio uno de los primeros deseos es volver a tomar contacto con la Alhambra:

"Como si de Nôtre Dame se tratara, la Alhambra sería ahora ese refugio reconfortante y aprovisionador de nueva energía. Era tal el cúmulo de vivencias que se proyectaban desde la colina roja que sentía una necesidad imperiosa de aproximarse a ella, le hervía un deseo irrefrenable de recrear sus pasos por el bosque y el conjunto monumental. Menos de una semana desde que se instalara en la Marina fue el tiempo que se concedió para subir al monte de la Sabika, cuando la feria del Corpus amainaba y la ciudad volvía a la calma habitual. Aún su nuevo hogar no estaba organizado, pero ella tenía prisa, adolecía de urgencia por sumergirse en uno de los recuerdos más entrañables de la ciudad de todos los que la acompañaron en el exilio. Embozada en la emoción y la nostalgia agarró el primer taxi que pasó por la puerta de la pensión una mañana, cuando no eran ni las nueve y las calles habían sido refrescadas por un riego matutino que los empleados del Ayuntamiento propiciaban con largas y potentes mangueras abrochadas a las bocas de riego, y le pidió a su conductor que la llevara a la puerta del Palace. La
subida por la cuesta Gomérez fue el preludio de lo que le aguardaba más arriba. A su paso por la Puerta de las Granadas ya sintió que atravesaba no sólo el recinto de aquella ciudadela sino la frontera a un mundo mágico en el que la imaginación podía retozar a sus anchas. «¡Qué sensación de solidez, de fuerza, de seguridad proyecta esta obra!», murmuraba en su interior cuando la tuvo enfrente, la que el emperador Carlos quiso imprimir para conocimiento de propios y extraños, como alegato y continuación del concepto defensivo con que habían sellado este recinto sus antiguos moradores. Sentirse seguros era una condición vital para disfrutar de todo lo que ofrecía el interior. La cultura que había levantado todo el conjunto asentado en la colina roja estaba cargada de sensualidad, la estimulación de los sentidos formaba un credo esencial en la forma de vida de sus habitantes. Antes que ella, la primitiva puerta de Bib-Handac, después, en su lugar, ésta que se veía coronada por un frontón triangular, donde anida el escudo imperial acompañado por dos figuras alegóricas a la Paz y la Abundancia, y a modo de acroteras, elevadas en todo lo alto, tres granadas entreabiertas que dan el nombre a la puerta. La visión fugaz no fue óbice para observar el ennegrecimiento que había alcanzado la voluminosa y abujardada piedra. Rebasado su ancho cuerpo, la subida del taxi se hizo cada vez más lenta, mientras expulsaba por el tubo de escape una nube negra de humo, que explicaba el barniz ennegrecido que había ido revistiendo silenciosamente la piedra de la puerta. La empinada cuesta doblegaba las ansias de velocidad del más atrevido bólido, a pesar de los fuertes rugidos metálicos con los que bramaba éste en su recorrido. El inmenso, exuberante y verde bosque de la Alhambra apareció tras la Puerta de las Granadas, rica variedad natural con grandes árboles, plantas diversas tupiendo las zonas ajardinadas, y como delimitación, cordones de boj separando la tierra sembrada de los canalillos de agua y las aceras empedradas. Frescor de la mañana que penetraba por la ventanilla del taxi, olor a tierra mojada, a vegetación, a vida intensa en aquel mundo vegetal, que inundaba sus pulmones y su espíritu."
*La renta del dolor, pp. 89-90

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