Cuando
leí Dos días de setiembre debía
tener veintitrés años y la novela llevaba publicada por lo menos dieciocho. Fue
el tiempo en que se me abrió un nuevo horizonte formativo con la matriculación
en la Facultad de Filosofía y Letras de Granada, después de haber terminado mis
estudios de Magisterio. Percibí un cambio notable en el enfoque académico de
una carrera a otra, acaso porque la fuerza del contenido disciplinar era más
potente en la facultad que lo había sido en la Normal.
Hasta
ese momento mis lecturas no habían estado sumergidas en esa conceptualización
de la literatura dotada por el discurso crítico e ideológico. Entonces sentí ese
fuerte impulso del que están dotadas las palabras para abrir canales de
conocimiento que nos conduzcan a las entrañas del individuo o al nebuloso interior
de la sociedad. Con la lectura de Dos
días de setiembre me pareció que Caballero Bonald nos hacía partícipes de
una realidad social que exasperaba conciencias y se enfrentaba a la historia,
en una disección social sobre unas tierras incapaces de superar una estructura
social estancada y secular.
La
novela me trasladó a las tierras ásperas del bajo Guadalquivir que conocería
unos años después y en las que todavía se respiraba ese combate social, reflejo
de una estructura económica latifundista que la dictadura no había hecho más
que consolidar, destruyendo la laboriosa reforma agraria que se había realizado
durante la República. En las tierras bajas, solariegas y endulzadas por la uva
de Jerez de la Frontera todavía planeaba el fantasma de la guerra civil, como
persistía en el resto de España. y como todavía parece perseguirnos.
En
ella descubrimos el discurrir de una vida apegada a la tierra ahogada en las injusticias,
las diferencias sociales y el conflicto de clases. Los amores, los odios ancestrales, las
vidas que siguen con su existencia, las costumbres de gentes que sobreviven, las
descripciones, los diálogos que tanto abundan, son algunas de las pinceladas
con las que Caballero Bonald construye la narración.
Dos
días en la vendimia que parecen encerrar siglos de pesadumbre y sometimiento, de
dominio de unos privilegiados sobre la masa sojuzgada y humillada. Es ahí donde
se muestra la rebeldía de un discurso literario que quizás trate de proyectar
una luz de emancipación del ser humano.
Dos
días de setiembre me permitió
descubrir ese discurso narrativo comprometido y social que hasta ese momento poco
o nada había sido conocido por mí. Esa realidad social plasmada en un discurso literario que me
permitió conocer hasta qué punto la literatura era parte del conflicto de
clases que había perdurado desde un siglo atrás, o de la complejidad con que se concibe la naturaleza humana. Esta novela
fue para mí un hallazgo, pero en el panorama narrativo español significó una propuesta
inestimable.
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