lunes, 11 de enero de 2016

DOS DÍAS DE SETIEMBRE


Cuando leí Dos días de setiembre debía tener veintitrés años y la novela llevaba publicada por lo menos dieciocho. Fue el tiempo en que se me abrió un nuevo horizonte formativo con la matriculación en la Facultad de Filosofía y Letras de Granada, después de haber terminado mis estudios de Magisterio. Percibí un cambio notable en el enfoque académico de una carrera a otra, acaso porque la fuerza del contenido disciplinar era más potente en la facultad que lo había sido en la Normal.

Hasta ese momento mis lecturas no habían estado sumergidas en esa conceptualización de la literatura dotada por el discurso crítico e ideológico. Entonces sentí ese fuerte impulso del que están dotadas las palabras para abrir canales de conocimiento que nos conduzcan a las entrañas del individuo o al nebuloso interior de la sociedad. Con la lectura de Dos días de setiembre me pareció que Caballero Bonald nos hacía partícipes de una realidad social que exasperaba conciencias y se enfrentaba a la historia, en una disección social sobre unas tierras incapaces de superar una estructura social estancada y secular.

La novela me trasladó a las tierras ásperas del bajo Guadalquivir que conocería unos años después y en las que todavía se respiraba ese combate social, reflejo de una estructura económica latifundista que la dictadura no había hecho más que consolidar, destruyendo la laboriosa reforma agraria que se había realizado durante la República. En las tierras bajas, solariegas y endulzadas por la uva de Jerez de la Frontera todavía planeaba el fantasma de la guerra civil, como persistía en el resto de España. y como todavía parece perseguirnos.

En ella descubrimos el discurrir de una vida apegada a la tierra ahogada en las injusticias, las diferencias sociales y el conflicto de clases. Los amores, los odios ancestrales, las vidas que siguen con su existencia, las costumbres de gentes que sobreviven, las descripciones, los diálogos que tanto abundan, son algunas de las pinceladas con las que Caballero Bonald construye la narración.

Dos días en la vendimia que parecen encerrar siglos de pesadumbre y sometimiento, de dominio de unos privilegiados sobre la masa sojuzgada y humillada. Es ahí donde se muestra la rebeldía de un discurso literario que quizás trate de proyectar una luz de emancipación del ser humano.

Dos días de setiembre me permitió descubrir ese discurso narrativo comprometido y social que hasta ese momento poco o nada había sido conocido por mí. Esa realidad social plasmada en un discurso literario que me permitió conocer hasta qué punto la literatura era parte del conflicto de clases que había perdurado desde un siglo atrás, o de la complejidad con que se concibe la naturaleza humana. Esta novela fue para mí un hallazgo, pero en el panorama narrativo español significó una propuesta inestimable.

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