domingo, 6 de marzo de 2016

LA FIESTA DEL CHIVO



Volver a los recuerdos forma parte de esa necesidad que obliga al ser humano a no abandonar nunca los pasos andados. Es como el necesario feedback que retroalimenta el espíritu, bien sea para fortalecerlo o bien para aliviarlo. Retornar a un territorio vivido para encontrarnos con nuestro pasado es como sentir nuevamente los trazos que han marcado nuestra existencia. Con este pensamiento es como he alimentado una parte sustancial de las historias que contienen mis dos novelas.

Cuando estaba escribiendo La renta del dolor, hacia el año 2005, una de mis principales preocupaciones era encontrar las pautas que hicieran sentir al lector lo que pasaba por la cabeza y el corazón de Matilde Santos cuando volvió a adentrarse en las calles y los espacios de la Granada que encontró a su regreso a España tras treinta años de exilio. Para inspirar aquel deseo busqué en la literatura cómo se presentaba esta misma situación en otros personajes literarios. Uno de ellos en lo que puse mi atención fue el de Urania Cabral en La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa. Urania regresaba a su Santo Domingo natal después de una larga ausencia, de más de tres décadas en Nueva York, tras su salida a los catorce años del infierno en que había convertido la República Dominicana la crueldad del dictador Rafael Leónidas Trujillo. Este había sometido al país caribeño en el segundo tercio del siglo XX a una de las dictaduras más atroces de América Latina, que ya es decir.

La fiesta del Chivo gira en torno al asesinato del dictador. Vargas Llosa entreteje este episodio histórico en una historia que nos aproxima a los pasos dados para su planeamiento, ejecución y posterior represión de los asesinos. En esta angustiosa trama que se describe en torno al asesinato, atravesada por los episodios de crueldad que emanan de las decisiones caprichosas y sádicas del llamado ‘Benefactor’, nos encontramos con la figura de Urania Cabral. Hija de un colaborador del dictador, vuelve a la República Dominicana tras esa larga ausencia a visitar a su padre enfermo y moribundo. Esta vuelta le hará rememorar el desagradable acontecimiento que le sucedió con el dictador pederasta, con el beneplácito de su padre, y que la llevaría a salir del país. Vargas Llosa nos presenta a una Urania mujer afrontando ese pasado y haciéndola regresar al lugar donde el mundo fue capaz de desvelar a una niña todo lo cruel que puede llegar a ser la perversidad y la depravación del ser humano. En ella se agolparán los recuerdos y los miedos, el trance tan difícil de asistir a su padre en sus últimas horas y la necesidad de desvelar aquel secreto a su tía y primas.

El regreso de Urania me sirvió para ir construyendo la vuelta de Matilde Santos a la España tardofranquista, después de haber salido al exilio desde el escenario de crueldades que significó la guerra civil en España. Aunque no vivió desde dentro la posterior dictadura, sí la sintió desde el exilio a través de las noticias e informaciones que le llegaban de España sobre el estado de represión y ausencia de libertad en que vivía el pueblo español. Su vuelta a España y a Granada estuvo envuelta en el dolor que aún aguijoneaba su corazón y en los recuerdos y el goce por recuperar el tiempo y las vivencias que una vez habían gratificado a quien fuera niña y adolescente.

Las dictaduras son parte de los males que en algún momento de la historia, si no se han puesto los medios para evitarlo, pueden sufrir los pueblos. Algo tan odiado y rechazado puede ser fácil que se aposente (aunque resulte incomprensible entenderlo desde nuestras sociedades democráticas) en la vida de los pueblos durante décadas. La historia y el mundo de hoy nos proporcionan ejemplos de ello. Hay cosas que aunque tengan una explicación histórica es muy difícil explicar con el corazón.


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