Volver a los recuerdos forma parte de esa necesidad que
obliga al ser humano a no abandonar nunca los pasos andados. Es como el necesario
feedback que retroalimenta el espíritu, bien sea para fortalecerlo o bien para
aliviarlo. Retornar a un territorio vivido para encontrarnos con nuestro pasado
es como sentir nuevamente los trazos que han marcado nuestra existencia. Con
este pensamiento es como he alimentado una parte sustancial de las historias
que contienen mis dos novelas.
Cuando estaba escribiendo La
renta del dolor, hacia el año 2005, una de mis principales preocupaciones era
encontrar las pautas que hicieran sentir al lector lo que pasaba por la cabeza
y el corazón de Matilde Santos cuando volvió a adentrarse en las calles y los espacios
de la Granada que encontró a su regreso a España tras treinta años de exilio. Para
inspirar aquel deseo busqué en la literatura cómo se presentaba esta misma
situación en otros personajes literarios. Uno de ellos en lo que puse mi
atención fue el de Urania Cabral en La
fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa. Urania regresaba a su Santo Domingo natal después de una
larga ausencia, de más de tres décadas en Nueva York, tras su salida a los
catorce años del infierno en que había convertido la República Dominicana la
crueldad del dictador Rafael Leónidas Trujillo. Este había sometido al país
caribeño en el segundo tercio del siglo XX a una de las dictaduras más atroces
de América Latina, que ya es decir.
La
fiesta del Chivo gira en torno al asesinato del dictador. Vargas Llosa
entreteje este episodio histórico en una historia que nos aproxima a los pasos
dados para su planeamiento, ejecución y posterior represión de los asesinos. En
esta angustiosa trama que se describe en torno al asesinato, atravesada por los
episodios de crueldad que emanan de las decisiones caprichosas y sádicas del
llamado ‘Benefactor’, nos encontramos con la figura de Urania Cabral. Hija de
un colaborador del dictador, vuelve a la República Dominicana tras esa larga
ausencia a visitar a su padre enfermo y moribundo. Esta vuelta le hará rememorar
el desagradable acontecimiento que le sucedió con el dictador pederasta, con el
beneplácito de su padre, y que la llevaría a salir del país. Vargas Llosa nos presenta
a una Urania mujer afrontando ese pasado y haciéndola regresar al lugar donde
el mundo fue capaz de desvelar a una niña todo lo cruel que puede llegar a ser
la perversidad y la depravación del ser humano. En ella se agolparán los recuerdos
y los miedos, el trance tan difícil de asistir a su padre en sus últimas horas
y la necesidad de desvelar aquel secreto a su tía y primas.
El regreso de Urania me sirvió para ir construyendo la vuelta
de Matilde Santos a la España tardofranquista, después de haber salido al
exilio desde el escenario de crueldades que significó la guerra civil en
España. Aunque no vivió desde dentro la posterior dictadura, sí la sintió desde
el exilio a través de las noticias e informaciones que le llegaban de España sobre
el estado de represión y ausencia de libertad en que vivía el pueblo español. Su
vuelta a España y a Granada estuvo envuelta en el dolor que aún aguijoneaba su
corazón y en los recuerdos y el goce por recuperar el tiempo y las vivencias
que una vez habían gratificado a quien fuera niña y adolescente.
Las dictaduras son parte de los males que en algún momento de
la historia, si no se han puesto los medios para evitarlo, pueden sufrir los
pueblos. Algo tan odiado y rechazado puede ser fácil que se aposente (aunque
resulte incomprensible entenderlo desde nuestras sociedades democráticas) en la
vida de los pueblos durante décadas. La historia y el mundo de hoy nos proporcionan
ejemplos de ello. Hay cosas que aunque tengan una explicación histórica es muy
difícil explicar con el corazón.
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