Siendo
niños nos solían fascinar las películas del oeste. Los que éramos
'chicos de barrio' asistíamos a aquellas sesiones dobles para pasar
la tarde viendo un par de películas del oeste. Nos agitábamos en
las butacas ante los malvados rostros de los malos o el ataque de los
indios a una caravana, y pateábamos la tarima de madera del suelo
cuando aparecían los buenos, en su papel de salvadores, o la
caballería a toque de corneta. A estos recuerdos me ha llevado la
lectura de Quebrada en el Gran Norte,
la última novela de Ángel
Fábregas (1963) que, aunque no se trate de una obra que relate la
trama de una película del oeste, sí tiene mucho que ver con el
contacto de los españoles con las tribus indias en la fluctuante
frontera norte de la América Hispánica. Aquellos mismos indios de
las películas americanas (apaches, comanches...) fueron los que unas
décadas antes, previas a la independencia de Nueva España, se
relacionaban con los pobladores españoles asentados en las ciudades
y poblados que hoy se sitúan al sur de Estados Unidos.
Ángel
Fábregas, novelista nacido en Granada, publicó en 2015 la novela
Sulayr, dame cobijo y se embarcó en 2017, como responsable y
prologuista, en el proyecto “Granada imaginaria”, editado por el
periódico Ideal.
Quebrada
en el Gran Norte es
un
fastuoso texto que articula
una soberbia historia sobre
un periodo
de la historia de España,
finales del siglo XVIII e
inicios del XIX, incardinado,
allende los mares, en tierras
de la América Hispánica, en
el territorio
fronterizo de
Nueva España con los espacios
ignotos
de
América del Norte, donde
se situaba entre inestable
y
peligrosa la
última frontera del imperio español. Era
el territorio habitado
por numerosas
naciones indias: apaches, comanches, navajos, yutas, pananas...,
ambicionado
asimismo por los ingleses, primero, y el
nuevo país surgido de las
Trece Colonias, EEUU,
a lo largo del siglo XIX en su afán expansionista
hacia el oeste.
Quebrada
en el Gran Norte
es
el
relato de
Rodrigo Úbeda a
modo de confesión en sus últimos días de
vida. El protagonista, descendiente
de judíos de Granada emigrados
a estas tierras, va
entretejiendo trazos
de su
propia existencia desde
su nacimiento y primera infancia en Granada hasta su
asentamiento en distintas ciudades de
la Nueva España.
En
estos recuerdos, Rodrigo
tendrá
muy presente a su madre, una
mujer con fuertes convicciones religiosas que nunca renunció
a sus secretas prácticas litúrgicas judías, aunque supusieran para
la familia tener ojo avizor a la Santa Inquisición, incluso en
tierras americanas. La actividad del Santo Oficio estaba todavía en
pleno auge y no sería abolido hasta las Cortes de Cádiz de 1812,
aunque perviviendo en los periodos absolutistas del reinado de
Fernando VII, para ser derogado definitivamente en 1834.
En
la novela son varios los temas a destacar: el amor con la joven Inés
Romero, rescatada del seno de los comanches, los procesos de
cristianización de los indios, las tumultuosas relaciones entre
españoles y naciones indias que dieron pie a sanguinarios
enfrentamientos, pero también a acuerdos de paz, desacuerdos,
rebeldías, sometimientos, confrontación de mentalidades y
costumbres, ya a intercambios culturales. Asimismo en la novela
encontramos la irrupción de enfermedades, fundamentalmente la
viruela, que diezmaron a las poblaciones aborígenes, a veces
derrotadas más por la acción de los virus que por las armas de los
conquistadores.
Estamos
frente a un texto de gran
riqueza en
expresiones de la época,
capaz
de imbuirnos en la atmósfera
histórica de
aquel tiempo. Al
tiempo que el relato de
Rodrigo Úbeda nos descubre a
pueblos, tribus, naciones
indias..., que se van
sucediendo en la novela para
ilustración y conocimiento
del lector. En
la búsqueda de ese objetivo, la obra roza
lo épico, a semejanza de
aquellos relatos sobre
grandes aventuras que
recreaban
las expediciones de Amundsen
o Scott a la Antártida o
de
Francisco de Orellana
adentrándose
en el más inhóspito
Amazonas, o los que versaban
sobre las
incursiones en
las inescrutables aguas de
los ríos africanos o las tierras altas del continente rojo.
Con
lenguaje cuidado, adaptado a
las formas expresivas, vocabulario
o a los giros verbales que se
utilizaban en el siglo XVIII,
leyendo las páginas de esta
novela tiene uno
la sensación de tener
delante un documento de la época. El
vocabulario utilizado, por
otra parte, hace
gala de precisión y
pertinencia para
trasladar al lector al
conocimiento de aquel momento
histórico. Al
final del libro existe un
oportuno glosario
para aclarar muchos de los términos utilizados.
Quebrada
en el Gran Norte
es,
por
otro lado, un testimonio histórico
de esta parte de la conquista española de América. Describe no solo
tribus, grupos étnicos, costumbres..., también, en ocasiones, por
las encomiendas que le hacen los distintos gobernadores, Rodrigo
entrará en una simbiosis cultural con aquellos pobladores, realzando
el entendimiento que alcanza con ellos. Su buena sintonía, en
momentos no exenta de una valiosa empatía, le llevará incluso a
allanar las relaciones con las tribus más díscolas: apaches y
comanches, y dirá: “Hasta con estos contumaces me entendí algunas
veces”. Incluso más que lo hicieran los propios frailes,
obsesionados como estaban en su tarea de pescar almas.
En
algún momento, el protagonista en estos contactos con los indígenas
se desenvuelve movido de un sentido antropológico: conocimiento de
sus vidas, costumbres, modo de interpretar el mundo..., curioseando a
los hombres y a las mujeres de toda edad, el modo en que criaban los
caballos o jugaban con un palo y una pelota de trapo o pellejo.
El
capítulo “Gran Norte”, donde Rodrigo y Juan José siguen los
pasos del huido Gonzalo, es un alarde antropológico, al adentrarse
en la vida de los comanches, de sus contactos íntimos con los
caballos o de sus historias de pueblo que miraba a las montañas del
norte, origen de esta nación y orgullo ancestral. Y en ese caminar
tras el chico, se adentrarían en tierras de la América del Norte,
donde conocerán a más pueblos y a más naciones.
El
relato de Rodrigo Úbeda representa esa mirada al pasado, a veces
amarga, cuando los recuerdos se amontonan en la vejez. En sus
reflexiones, con una vida ya marcada por los pasos del escepticismo,
expresará su desconfianza hacia los gobiernos y las patrias:
“Como
fieis de lo que suponga el gobierno, sea de España o de México,
mejor dormirse. Nadie nos dará nada. A mí igual me viene por lo que
me resta. Nunca me dio nada ninguna de esas patrias, sólo la tierra
y los ríos me dieron. He sido del camino, no tuve más raíz. Creo
en mis brazos y en mis piernas; el horizonte corre más allá de
donde alcanza la vista... Esta atierra nos tornó de esa manera tan
bella. Encontré mi patria verdadera y a los dioses que no tenía en
estos caminos...” (p. 221).
La
dureza de aquella vida en contacto con tanta crueldad, utilizando la
fuerza y la represión como armas de sometimiento, convertirá la pr
esencia en aquellas tierras en una odisea en el fin del mundo. El
malestar de los funcionarios reales era patente: “Les agriaba el
carácter saberse en el fin del mundo y maldecían su suerte”.
Ángel
Fábregas consigue con Quebrada
en el Gran Norte
rescatar
trazos de la existencia de los españoles en unas tierras tan lejanas
a la metrópoli, que habitualmente ha pasado desapercibida
para
el
conocimiento de
la presencia española
en estas
tierras de América del Norte. La
novela, en
este sentido,
con una base documental importante, se convierte así en un texto muy
ilustrativo para aproximarse a ese
conocimiento de
la historia de España.