viernes, 10 de agosto de 2018

QUEBRADA EN EL GRAN NORTE



Siendo niños nos solían fascinar las películas del oeste. Los que éramos 'chicos de barrio' asistíamos a aquellas sesiones dobles para pasar la tarde viendo un par de películas del oeste. Nos agitábamos en las butacas ante los malvados rostros de los malos o el ataque de los indios a una caravana, y pateábamos la tarima de madera del suelo cuando aparecían los buenos, en su papel de salvadores, o la caballería a toque de corneta. A estos recuerdos me ha llevado la lectura de Quebrada en el Gran Norte, la última novela de Ángel Fábregas (1963) que, aunque no se trate de una obra que relate la trama de una película del oeste, sí tiene mucho que ver con el contacto de los españoles con las tribus indias en la fluctuante frontera norte de la América Hispánica. Aquellos mismos indios de las películas americanas (apaches, comanches...) fueron los que unas décadas antes, previas a la independencia de Nueva España, se relacionaban con los pobladores españoles asentados en las ciudades y poblados que hoy se sitúan al sur de Estados Unidos.
Ángel Fábregas, novelista nacido en Granada, publicó en 2015 la novela Sulayr, dame cobijo y se embarcó en 2017, como responsable y prologuista, en el proyecto “Granada imaginaria”, editado por el periódico Ideal.
Quebrada en el Gran Norte es un fastuoso texto que articula una soberbia historia sobre un periodo de la historia de España, finales del siglo XVIII e inicios del XIX, incardinado, allende los mares, en tierras de la América Hispánica, en el territorio fronterizo de Nueva España con los espacios ignotos de América del Norte, donde se situaba entre inestable y peligrosa la última frontera del imperio español. Era el territorio habitado por numerosas naciones indias: apaches, comanches, navajos, yutas, pananas..., ambicionado asimismo por los ingleses, primero, y el nuevo país surgido de las Trece Colonias, EEUU, a lo largo del siglo XIX en su afán expansionista hacia el oeste.
Quebrada en el Gran Norte es el relato de Rodrigo Úbeda a modo de confesión en sus últimos días de vida. El protagonista, descendiente de judíos de Granada emigrados a estas tierras, va entretejiendo trazos de su propia existencia desde su nacimiento y primera infancia en Granada hasta su asentamiento en distintas ciudades de la Nueva España. En estos recuerdos, Rodrigo tendrá muy presente a su madre, una mujer con fuertes convicciones religiosas que nunca renunció a sus secretas prácticas litúrgicas judías, aunque supusieran para la familia tener ojo avizor a la Santa Inquisición, incluso en tierras americanas. La actividad del Santo Oficio estaba todavía en pleno auge y no sería abolido hasta las Cortes de Cádiz de 1812, aunque perviviendo en los periodos absolutistas del reinado de Fernando VII, para ser derogado definitivamente en 1834.
En la novela son varios los temas a destacar: el amor con la joven Inés Romero, rescatada del seno de los comanches, los procesos de cristianización de los indios, las tumultuosas relaciones entre españoles y naciones indias que dieron pie a sanguinarios enfrentamientos, pero también a acuerdos de paz, desacuerdos, rebeldías, sometimientos, confrontación de mentalidades y costumbres, ya a intercambios culturales. Asimismo en la novela encontramos la irrupción de enfermedades, fundamentalmente la viruela, que diezmaron a las poblaciones aborígenes, a veces derrotadas más por la acción de los virus que por las armas de los conquistadores.
Estamos frente a un texto de gran riqueza en expresiones de la época, capaz de imbuirnos en la atmósfera histórica de aquel tiempo. Al tiempo que el relato de Rodrigo Úbeda nos descubre a pueblos, tribus, naciones indias..., que se van sucediendo en la novela para ilustración y conocimiento del lector. En la búsqueda de ese objetivo, la obra roza lo épico, a semejanza de aquellos relatos sobre grandes aventuras que recreaban las expediciones de Amundsen o Scott a la Antártida o de Francisco de Orellana adentrándose en el más inhóspito Amazonas, o los que versaban sobre las incursiones en las inescrutables aguas de los ríos africanos o las tierras altas del continente rojo.
Con lenguaje cuidado, adaptado a las formas expresivas, vocabulario o a los giros verbales que se utilizaban en el siglo XVIII, leyendo las páginas de esta novela tiene uno la sensación de tener delante un documento de la época. El vocabulario utilizado, por otra parte, hace gala de precisión y pertinencia para trasladar al lector al conocimiento de aquel momento histórico. Al final del libro existe un oportuno glosario para aclarar muchos de los términos utilizados.
Quebrada en el Gran Norte es, por otro lado, un testimonio histórico de esta parte de la conquista española de América. Describe no solo tribus, grupos étnicos, costumbres..., también, en ocasiones, por las encomiendas que le hacen los distintos gobernadores, Rodrigo entrará en una simbiosis cultural con aquellos pobladores, realzando el entendimiento que alcanza con ellos. Su buena sintonía, en momentos no exenta de una valiosa empatía, le llevará incluso a allanar las relaciones con las tribus más díscolas: apaches y comanches, y dirá: “Hasta con estos contumaces me entendí algunas veces”. Incluso más que lo hicieran los propios frailes, obsesionados como estaban en su tarea de pescar almas.
En algún momento, el protagonista en estos contactos con los indígenas se desenvuelve movido de un sentido antropológico: conocimiento de sus vidas, costumbres, modo de interpretar el mundo..., curioseando a los hombres y a las mujeres de toda edad, el modo en que criaban los caballos o jugaban con un palo y una pelota de trapo o pellejo.
El capítulo “Gran Norte”, donde Rodrigo y Juan José siguen los pasos del huido Gonzalo, es un alarde antropológico, al adentrarse en la vida de los comanches, de sus contactos íntimos con los caballos o de sus historias de pueblo que miraba a las montañas del norte, origen de esta nación y orgullo ancestral. Y en ese caminar tras el chico, se adentrarían en tierras de la América del Norte, donde conocerán a más pueblos y a más naciones.
El relato de Rodrigo Úbeda representa esa mirada al pasado, a veces amarga, cuando los recuerdos se amontonan en la vejez. En sus reflexiones, con una vida ya marcada por los pasos del escepticismo, expresará su desconfianza hacia los gobiernos y las patrias:
Como fieis de lo que suponga el gobierno, sea de España o de México, mejor dormirse. Nadie nos dará nada. A mí igual me viene por lo que me resta. Nunca me dio nada ninguna de esas patrias, sólo la tierra y los ríos me dieron. He sido del camino, no tuve más raíz. Creo en mis brazos y en mis piernas; el horizonte corre más allá de donde alcanza la vista... Esta atierra nos tornó de esa manera tan bella. Encontré mi patria verdadera y a los dioses que no tenía en estos caminos...” (p. 221).
La dureza de aquella vida en contacto con tanta crueldad, utilizando la fuerza y la represión como armas de sometimiento, convertirá la pr esencia en aquellas tierras en una odisea en el fin del mundo. El malestar de los funcionarios reales era patente: “Les agriaba el carácter saberse en el fin del mundo y maldecían su suerte”.
Ángel Fábregas consigue con Quebrada en el Gran Norte rescatar trazos de la existencia de los españoles en unas tierras tan lejanas a la metrópoli, que habitualmente ha pasado desapercibida para el conocimiento de la presencia española en estas tierras de América del Norte. La novela, en este sentido, con una base documental importante, se convierte así en un texto muy ilustrativo para aproximarse a ese conocimiento de la historia de España.