viernes, 29 de enero de 2016

ÚLTIMAS TARDES CON TERESA


Cuando esta novela ganó el premio de Biblioteca Breve en 1965 a mí me encantaban los tebeos de Mortadelo y Filemón, las aventuras de El Jabato y las hazañas de El capitán Trueno, además de una pléyade de personajes como Carpanta, Josechu ‘el vasco’ o los grandes inventos de Franz de Copenhague. Mi conciencia social estaba atravesada por los intereses de un niño y las imágenes que captaban la retina de ese niño en el humilde barrio de San Lázaro de Granada.

No sería hasta muchos años después, como es fácil comprender, cuando leí Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé. Fue otro de los libros que me descubrieron el discurso literario y la dimensión crítica de la literatura en la Facultad de Letras, en aquel arranque de los ochenta. El libro realmente me sedujo.

La Barcelona que nos retrata Marsé en esta novela es la de esa ciudad de claroscuros y contrastes que tiene la pujanza de una urbe que trata de desprenderse de la miseria de la posguerra, con una burguesía dispuesta a consolidarse, aunque sea comulgando con el régimen franquista, y a la que llega un ejército de mano de obra barata a través de la emigración del resto de España, sobre todo de Andalucía y Extremadura.

Últimas tardes con Teresa nos muestra ese contraste social a través del codicioso Manolo ‘Pijoaparte’, un inmigrado que pretende alcanzar pronto una posición económica holgada por medio través del trapicheo y de su relación con la bella Teresa, una joven estudiante progresista e idealista, miembro de una familia de la alta burguesía catalana. Un contraste social marcado por la mísera realidad que ahoga a unos, la hipocresía social más acentuada y los caprichos de los estratos sociales más favorecidos. El destino se mostrará como juez, disponiendo el devenir de todos esos deseos. Aquí es donde apreciamos la gran dimensión del discurso social e ideológico de Marsé que quizás nos parezca, en nuestros días, sostenido con argumentos trasnochados, lo que no desmerece la fidelidad con que alcanza a reflejar las claves sociales de aquella Barcelona de los cincuenta.

Este libro volví a leerlo hace ahora cuatro años. Fue en un viaje de ida y vuelta en autobús a Madrid en enero de 2012. La lectura me hizo revivir en una mayor dimensión el personaje de ‘Pijoaparte’. ‘Pijoaparte’ es el prototipo de una sociedad de desigualdades acentuadas y de marcadas clases sociales. ¿Cuánto sería capaz de representar este tipo a los españoles de aquellos años?, seguramente mucho, en una Barcelona que recibía un aluvión de jóvenes inmigrantes, con la impaciencia de alcanzar pronto la posición económica que les sacara de la miseria que les había llevado hasta allí. Quizás no tuvieran ninguna conciencia social consolidada, pero la ambición económica les impelía mostrarse decididos a alcanzar sus anhelos. Pero ‘Pijoaparte’ es un personaje tan atemporal que no desentonaría en la época que precedió a 2012 (con la crisis económica ya declarada) de desbocada especulación y aparición de nuevos ricos, donde lo importante era ganar pronto dinero fácil sin que importaran los valores éticos y morales. Borda Marsé al personaje y, probablemente, nos retrate a muchos de nosotros.

lunes, 11 de enero de 2016

DOS DÍAS DE SETIEMBRE


Cuando leí Dos días de setiembre debía tener veintitrés años y la novela llevaba publicada por lo menos dieciocho. Fue el tiempo en que se me abrió un nuevo horizonte formativo con la matriculación en la Facultad de Filosofía y Letras de Granada, después de haber terminado mis estudios de Magisterio. Percibí un cambio notable en el enfoque académico de una carrera a otra, acaso porque la fuerza del contenido disciplinar era más potente en la facultad que lo había sido en la Normal.

Hasta ese momento mis lecturas no habían estado sumergidas en esa conceptualización de la literatura dotada por el discurso crítico e ideológico. Entonces sentí ese fuerte impulso del que están dotadas las palabras para abrir canales de conocimiento que nos conduzcan a las entrañas del individuo o al nebuloso interior de la sociedad. Con la lectura de Dos días de setiembre me pareció que Caballero Bonald nos hacía partícipes de una realidad social que exasperaba conciencias y se enfrentaba a la historia, en una disección social sobre unas tierras incapaces de superar una estructura social estancada y secular.

La novela me trasladó a las tierras ásperas del bajo Guadalquivir que conocería unos años después y en las que todavía se respiraba ese combate social, reflejo de una estructura económica latifundista que la dictadura no había hecho más que consolidar, destruyendo la laboriosa reforma agraria que se había realizado durante la República. En las tierras bajas, solariegas y endulzadas por la uva de Jerez de la Frontera todavía planeaba el fantasma de la guerra civil, como persistía en el resto de España. y como todavía parece perseguirnos.

En ella descubrimos el discurrir de una vida apegada a la tierra ahogada en las injusticias, las diferencias sociales y el conflicto de clases. Los amores, los odios ancestrales, las vidas que siguen con su existencia, las costumbres de gentes que sobreviven, las descripciones, los diálogos que tanto abundan, son algunas de las pinceladas con las que Caballero Bonald construye la narración.

Dos días en la vendimia que parecen encerrar siglos de pesadumbre y sometimiento, de dominio de unos privilegiados sobre la masa sojuzgada y humillada. Es ahí donde se muestra la rebeldía de un discurso literario que quizás trate de proyectar una luz de emancipación del ser humano.

Dos días de setiembre me permitió descubrir ese discurso narrativo comprometido y social que hasta ese momento poco o nada había sido conocido por mí. Esa realidad social plasmada en un discurso literario que me permitió conocer hasta qué punto la literatura era parte del conflicto de clases que había perdurado desde un siglo atrás, o de la complejidad con que se concibe la naturaleza humana. Esta novela fue para mí un hallazgo, pero en el panorama narrativo español significó una propuesta inestimable.