Matilde, ensimismada, contempla Granada desde la plaza de los Aljibes:
"La mañana avanza y sin casi darse cuenta está en la Puerta del Vino. El número de personas que por este sitio se va acumulando es mayor a medida que pasan los minutos. Turistas de todas las nacionalidades pululan frente al palacio de Carlos V a la espera de acceder al recinto palaciego. Matilde ya no se encuentra tan cómoda como en las primeras horas del día. Deambula por la plaza de los Aljibes hasta aproximarse a los miradores que invitan a contemplar el río Darro, el Albaicín (otro barrio al que tendrá que dedicar un paseo) y el Sacromonte. ¡Qué inteligentes fueron estos árabes para buscar el emplazamiento de su mejor obra! Allí permanece largo rato frente a una de las estampas de Granada que ha llevado impresa en la mente durante el exilio. Ensimismada con el espectáculo no advierte la llegada de un grupo de jóvenes: son seis chicos, y uno de ellos porta una guitarra. Sin protocolo alguno, ni siquiera para fijarse en lo que ella absorbe a través de sus ojos, despliegan un animado coro en derredor del que atusa con cierta habilidad las cuerdas de la guitarra, canturrean varias canciones, que ella reconoce de los Beatles, Joan Baez o Serrat, y otras de aire tunero y de entronque local. Uno de ellos no canta, se entretiene pergeñando siluetas y dibujos a lápiz sobre un bloc de láminas blancas. Matilde escucha con deleite y atención aquel sonido agradable y armonioso, entre tanto una ligera brisa acaricia su delicada piel y sus ojos no se apartan de la panorámica que la ha traído a dicho lugar. Pasadas unas cuantas melodías se dirige al grupo:
—¿Sois capaces de cantar «Granada» de Agustín Lara?"
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