Llevo
días siguiendo
los pasos del pequeño Archie
Ferguson desde
su Newark
natal,
pasando
por Jersey
City, Hoboken
o
Union City, hasta
Manhattan,
ese
'paraíso'
de la abundancia, exuberante de espectacularidad hasta en la miseria
escondida. Un
espacio
que
representa
la
imagen de dos mundos, a
la vez
tan dispares como
cercanos,
separados por las aguas del río
Hudson. "El mundo solo por el cielo solo", como diría Federico García Lorca en Poeta en Nueva York.
Desde
la otra orilla, Manhattan
representa un sueño. Debe
serlo
para los miles de viajeros que se dirigen cada
día hasta
la isla.
Al otro lado de las aguas que
surcan
viejas barcazas y
modernos barcos,
el
perfil irregular de
las
altas edificaciones que
recortan
el cielo despierta
un
deseo
contenido
por atraparlas.
Eso
debió
ocurrirle
al
pequeño Archie Ferguson
cuando
las divisaba desde la orilla sur del Hudson.
En
4
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Paul
Auster nos invita a
acompañar
al
joven Fergurson en
sus
dos
primeras
décadas
de vida, las
mismas en
las
que
se configura
la
melancolía por todo lo que ha de venir, y que siguen
al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando
para EEUU
se
abre una
nueva era en lo geoestratégico y en lo económico. Fueron
los años
de la Guerra Fría, de
la
lucha contra la segregación racial
y
la
irrupción de la
figura de Martin
Luther
King,
del
acceso
de
Kennedy a
la presidencia del
país o
la guerra de Vietnam.
Las
décadas,
en que
por
su juventud, desatarán
las
grandes
ilusiones
del joven Archie: su vocación por el beisbol y las chicas, los
avatares de la familia, el
despertar de la conciencia social...
La
vida puede convertirse
en un
laberinto, pero también en
un sendero susceptible
de bifurcarse, trifurcarse
o 'cuadrifurcarse',
de seguir distintas trayectorias si pudiéramos retroceder
para escoger otro camino cuando entendamos
que el elegido no
nos lleva a donde deseábamos o nos
traslada
hacia
el
precipicio
indeseado,
acaso
por
haber dejado a
un lado a la
persona adecuada o
haber
frustrado
una
ilusión por cobardía, o simplemente
por
haber
elegir
el trabajo equivocado. Estas
posibilidades
son las que
concede
Paul Auster al
pequeño
Archie
Ferguson en las páginas de esta densa novela, en
cuatro
versiones paralelas de su
vida.
Explorar
posibles
caminos
en la vida a
nuestro antojo,
como si pudiéramos hacerlo con una máquina del tiempo, es
lo que hace Auster en
este caso con
la máquina de
la
imaginación.
Probablemente
responda a una de las grandes aspiraciones de la humanidad: gobernar
el tiempo que transcurre de modo tan implacable para nuestras vidas,
ese
tiempo
que nos
maneja,
que
ni siquiera es doblegado por nuestras
decisiones, ni
los
deseos incumplidos o insatisfechos.
Archie
lo practica, mejor dicho, Auster lo pone en liza al
servicio de este joven, recreando
distintas trayectorias en su vida.
Convencido
de que lo
que la
realidad nos niega,
retroceder en el tiempo, es factible hacerlo
desde la
ficción, concediéndonos
las vidas que queramos.
Ahora
bien, sin
que ello suponga gobernar nuestra vida a nuestro antojo, porque
nuestras
decisiones, esas
que marcan el rumbo de nuestra existencia,
más o
menos acertadas,
siendo
importantes, no
siempre comportan un
estado absoluto de satisfacción
total.
Seguir
los pasos entre Newart, Bergen, Lafayette, Jersey City, Hoboken o
Manhatann ha sido como recrear los pasos del joven Archie. Para él,
en un tiempo en que el deporte, las chicas, la ilusión por ser
escritor o el flirteo con las ideas que lo tachaban de comunista
cobraban gran parte de la actividad de sus días, en ocasiones de una
intensidad desmedida. Hoy, casi seis décadas después, me atrevería
a reconocer esos mismos pasos en los rostros de miles de pasajeros
que cada día se suben al PATH, surcando bajo las aguas del Hudson, y
se adentran en Manhattan como si fuera parte de la persecución de un
sueño.
Las
vidas que
Auster
narra
en
4
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del
joven Fergurson, a través de una prosa densa pero fluida, nos
presenta a
los personajes con
la misma personalidad
en
cada una de ellas, a
pesar de situarlos en contextos distintos, tan
solo diferenciados por algunos de sus
gustos, consecuencia
obvia
de
la
variedad de ofertas que
cada vida
les
ofrece
en
una sociedad
en continuo cambio. Archie
y su
madre Rose
siempre
están ahí, aunque se
prescinda
de los demás familiares o se centre en unos más que en otros, según
convenga. Entiende
Auster que si construyes una nueva vida a una persona, no puedes
prescindir de su origen, eso
sería
como referirse a una persona distinta. Y de eso no se trata.
¿Cuántas
versiones de uno mismo podemos pergeñar
sobre
nuestra
trayectoria vital? Las mismas que seamos capaces
de construir
sobre nuestras circunstancias vitales. Auster
solo se atreve a cuatro, en
una
propuesta realmente arriesgada, pero subyugante. A mi entender, es
como si no fuese necesario,
la
vida es
lo suficientemente compleja
como para que una sola historia adquiera
tantos matices
como
deseemos.
Auster
simplemente la
ha querido seccionar, mostrar cómo
podría haber sido la
vida de Fergurson de
cuatro maneras distintas,
de
un modo estructurado, incluso pedagógico, diría yo.
Quizás para
explicar la vida de
una persona nos
harían falta muchas más versiones que
tres o cuatro,
y ni
con esas
seríamos capaces de explicarla
y,
tal
vez,
menos, escribirla.
Una
sola vida está
conformada por un sinfín de historias, acaso
por eso Paul Auster ha querido hacerlo de este modo en 4
3 2 1 con
la de Archie Ferguson.