En Pura Fernández Segura siempre intuí una mirada calma hacia la profundidad del alma del ser humano. Siempre la he percibido así, en las conversaciones, en el deseo de aproximarse al conocimiento, en cómo aborda el sentir de la vida a través de sus poemas…
Estábamos esperando, con no poca expectación, el nuevo poemario que volviera a poner a Pura en el escaparate de la actualidad poética, del que creemos no se había ido, tras aquella Zona próxima (Ediciones Dauro, 2014), que tanto me subyugó. Y lo hace con Ciega Claridad (Entorno Gráfico Ediciones, 2022), en una propuesta que nos traslada al universo de lo trascendente.
Ciega Claridad se presenta en dos, o tres, partes, según lo miremos. En la primera, “Temet nosce”, la autora nos impele a conocernos y tomarnos en serio, en un afán de atrapar lo trascendente en la búsqueda de nosotros mismos: “Es preciso abrirse en canal y a punta / de cuchillo penetrar en lo oculto / y sacar al sol / esa parte insondable del ser / que nos conforma”.
Un tono existencialista impregna los poemas, como si transitara hacia ese anhelo que todo ser humano busca: la luz que sosiegue tantas dudas, en un intento de evitar las incertidumbres que nos asaltan. Pues de lo contrario, el riesgo acechante: “Te vas, luz, con la tarde de la manos, / y contigo voy hasta la penumbra / estéril del insomnio”, nos sucumbiría en el silencio de la nada. Y así, sigue el poemario, con sones de silencio, rumor, sonido, espacio, encaminándonos a la introspección que tantas veces buscamos, y que están en estos poemas. En un verso mudo, donde “pesa el silencio / piedra hermética en caída libre.” Y en un halo de esperanza, la del poeta cantando a la luz: “Que alumbre versos en sazón / y dulces los gustemos.”
Aunque la métrica importe menos, el sonido que acompaña los versos facilita el placer de su lectura, tocada por una musicalidad compuesta por palabras que nos trasladan al ritmo, la emoción, la música, a esa sutiliza que es la poesía de Pura.
“Cerrado de mis horas” es la segunda parte del poemario tintada por una aire más sentimental, donde los entresijos de la afectividad nos desvelan las sombras y las luces de la condición humana: la belleza, la maldad, la ambición, la moral… Y el amor: “Qué fue del amor, / negra golondrina abrevando / en pálidas fuentes”. Y el desamor: “No sabría decir las veces / que he dejado la puerta abierta / y el corazón tendido. / Y pasaste de largo.”
El poema “Hay guerras” es un canto tanto a la vileza humana, que no sabe otro modo de solucionar sus contiendas, como también a las que explotan en nuestro interior cuando alguien despierta algo más que una mirada: “Guerras amorosas cuya estrategia / no es otra que la entrega.”, aunque alguna de ellas la tengamos perdida, sin armisticio que valga. Cabría decir que esta segunda parte es complementaria de la primera, pues también está impregnada de cierto existencialismo, aunque de tono vitalista: “Y no quiero que acaben, como insectos, / entre las páginas del libro / cerrado de mis horas.”.
Y hablemos de una tercera parte, “In memoriam”, que el lector pueda o no considerar, porque se muestra como pieza separada, aunque su relato no difiera de las otras dos partes. Si no lo desean, que no sea una parte, que sea el conmovedor homenaje donde afloran esos sentimientos que jamás se extinguen: los del dolor y los del amor por la pérdida de seres queridos que dejaron en la orfandad a Pura. “Manos” para alabar las que una vez la cuidaron de niña, y seguro que después, porque tenían “el don de la caricia y el calor que desprende la ternura.” Y “Dompedros”, para no olvidar al hermano que un atardecer se abrió “contándome lo que nunca antes / habías dicho a nadie.”
Ciega Claridad, el poemario de Pura Fernández Segura, que cautiva en su transitar lento y sonoro por la existencia de los parajes más íntimos del ser humano, por versos que encierran universos por descubrir; los que cada cual guardamos como huellas imperecederas.
Los poemas que nos brinda Pura buscan adentrarse en tantas oquedades de lo que somos, que seguramente con su lectura aflorarán aquellas henchidas de sentimientos que una vez olvidamos como medio para suspirar ante lo dañino, buscando la serenidad que nos sosegara.
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