Los libros tienen sus pequeñas historias, llegan a nosotros y
terminan formando parte de nuestra vida. En mi relación con los libros leídos,
como supongo ocurre a todo el mundo, suele haber siempre algo que los vincula a
uno para siempre: una historia que influye en el modo de pensar, una lectura vinculada
a un viaje, un libro comprado en un momento que no se olvida, un personaje que
estará siempre en la memoria, una anécdota que suscita un grato recuerdo o una
lectura que nos proporcionó ratos de disfrute y de gran placer.
En el año 1995, además de profesor, yo era vicedirector del instituto
Padre Poveda de Guadix. Entre las atribuciones de mi cargo, me tocó organizar
la semana cultural del centro. Una de las actividades que se programaron fue la
presentación de El segundo hijo del
mercader de sedas, la ópera prima del abogado laboralista Felipe Romero. La
novela llevaba publicada pocos meses, su éxito empezaba a ser relevante y entendimos
que por sus connotaciones históricas y el personaje central, un adolescente,
podía ser un texto de lectura muy adecuado para nuestros alumnos. Quizás no se
tratara de una novela con un gran valor literario, pero estábamos ante un texto
sencillo, con una historia bien contada y de lectura fácil, virtudes suficientes
para embaucar al lector y a nuestros alumnos.
Han pasado veinte años de aquella charla que ofreció Felipe Romero
a los alumnos de mi instituto. También han pasado dos décadas desde que leí El segundo hijo del mercader de sedas, y
cuando camino por la calle Colegio Catalino, plaza de las Pasiegas o la calle
Oficios, en el entorno de la catedral, o cuando paseo por la carrera del Darro,
el paseo de los Tristes o el Albaicín, siempre me acuerdo del adolescente Alonso
Lomenillo (posterior carmelita fray Alonso del Amor de Dios), segundo hijo del mercader
veneciano Esteban Lomenillo, afincado en Granada desde 1576. Y me acuerdo de Felipe
Romero y de la historia que nos cuenta en esta novela. Una historia narrada a
través de los ojos de Alonso en la que descubrimos el juego de intereses y
tensiones en el que vivía aquella Granda de conflictos de fe, que habían perdurado
más allá de la conquista de la ciudad por los Reyes Católicos en 1492. Es el
tiempo (finales del siglo XVI y primeras décadas del XVII) en que se grabarían
los fraudulentos libros plúmbeos del Sacromonte, como parte de la fiebre por
aupar la fe católica en esta tierra e imponerla a la población morisca. Un periodo
histórico en el que proliferaron todo tipo de argucias para atraer a la fe católica
a un pueblo ignorante; y fuera, frenar la rebeldía y la expansión del
protestantismo. Fue el tiempo del origen de manifestaciones religiosas (procesiones
de Semana Santa), de la salida del arte a las fachadas de las catedrales y de las
iglesias en forma de figuras religiosas, y de la denodada búsqueda de reliquias
de santos. Todo a través de mensajes con tintes didácticos y supersticiosos, al
objeto de atrapar a un pueblo ignorante en la fe católica y luchar contra los moriscos
que no salieron tras su expulsión de 1568, hasta obligarlos a abrazar esta fe
frente a las perseguidas prácticas musulmanas que mantenían en la clandestinidad.
Aquella mañana de primavera llegó Felipe Romero a Guadix con
su libro bajo el brazo. Su sabiduría de orador letrado le permitió conectar con
los alumnos rápidamente, y su charla despertó en ellos un gran interés por su
novela. Era la primera vez que yo lo veía, se trataba de un hombre, ya jubilado,
alto y robusto, de pelo y barba canos, y un gran conversador, como comprobé
tras el acto en el tapeo al que lo invitamos. Además de este grato momento con
Felipe Romero, la gran anécdota de aquel día vino años después, cuando supe que
Felipe Romero no había querido faltar a la cita que tenía en Guadix con los alumnos
del instituto. Todo indica que ese día había venido a Granada una representante
de Planeta interesada en la novela. El
segundo hijo del mercader de sedas había sido publicado ya en una editorial
granadina, una de esas editoriales locales con precaria distribución que termina
ahogando las novelas en la cuna. El interés que parece ser había despertado la
obra en Planeta fue suficiente para que mandara a alguien a entrevistarse con
su autor, y ese día coincidió con el acto de los alumnos del instituto Padre
Poveda. La representante, al decirle Felipe Romero que habría de posponer la
entrevista hasta cumplir con el compromiso, parece que no accedió a esperar un
día más, pues tenía otras citas y debía continuar su ruta*.
Una década después fue cuando tuve conocimiento de esta
circunstancia de la presencia de Planeta en Granada para ver a Felipe Romero.
Me la contaría el escritor José Vicente Pascual. Según me desveló, Felipe
Romero le había dicho que no pudo entrevistarse con Planeta porque tenía que
cumplir un compromiso con los alumnos de un instituto de Guadix. Entonces le
dije a José Vicente que ciertamente lo que le había dicho Romero era verdad,
que efectivamente ese instituto era el de Guadix y que yo era quien lo había
invitado para que viniera a dar una charla sobre su novela.
Felipe Romero, fallecido tres años después de visitarnos en Guadix,
fue un hombre de palabra, sin duda. El
segundo hijo del mercader de sedas ha tenido desde entonces un gran éxito
editorial, son muchas las ediciones de esta novela que reposan en miles de hogares
granadinos y de otros puntos del país.
*
Añado, para hacer honor a la verdad, la oportuna aclaración de José Vicente
Pascual a esta versión mía del asunto de Planeta, que él hace en su comentario:
"La esencia del episodio que relatas sobre el interés de Planeta por
"El segundo hijo del mercader de sedas" es la misma, aunque cabe una
precisión: no se desplazó nadie de la editorial a Granada, sino que estuvieron
dos días llamando a Felipe por teléfono, urgiéndolo para que se pusiera en
contacto con la entonces directora editorial, Imelda Navajo. Felipe no pudo (no
quiso) atender aquellas llamadas porque tenía, ante todo, el compromiso con el
instituto."
Maravilloso artículo, Antonio. La esencia del episodio que relatas sobre el interés de Planeta por "El segundo hijo del mercader de sedas" es la misma, aunque cabe una precisión: no se desplazó nadie de la editorial a Granada, sino que estuvieron dos días llamando a Felipe por teléfono, urgiéndolo para que se pusiera en contacto con la entonces directora editorial, Imelda Navajo. Felipe no pudo (no quiso) atender aquellas llamadas porque tenía, ante todo, el compromiso con el instituto y lo estaba preparando a conciencia; y por otras razones, todas determinadas por su lealtad inamovible a compromisos adquiridos previamente. Tiempos... Cuánto me has hecho recordar esta mañana. Un abrazo y muchas muchísimas gracias.
ResponderEliminarAcertada precisión, José Vicente, así queda constancia de lo que realmente ocurrió con Planeta. Y bien está que recordemos que fue un hombre de honor y de palabra, y por lo que a mí respecta, con los alumnos del instituto. Un abrazo.
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