Hay novelas que te trasladan de manera
ácida a las razones que subyacen en la vida de un ser humano, mientras otras,
como en la que nos detenemos, que las encuentras de manera más amable. Es lo
que ha venido a ocurrirme con Esa puta tan distinguida,
la última novela de Juan Marsé. Y no es que en Marsé no falten en esta obra
esas gotas de mirada ácida e irónica del pasado, pero tengo la sensación
que lo hace con más sutileza a como es habitual en él.
Jugar con la memoria es a veces una
tentación, porque a menudo se ensalza lo superfluo y nos quedamos con la espuma
en vez de lo sustancial. Nuestra memoria histórica adolece de ello, y más en
estos tiempos en que hemos rebuscado en ese pasado, unas veces para encontrar la
paz y la justicia tan necesarias, mientras que otras para regodearnos inútilmente
en el sufrimiento.
En 1949 ocurría un crimen en la cabina de
un cine de barrio, el cine Delicias. la prostituta Carolina Bruil era
estrangulada a manos del proyeccionista Fermín Sicart, con quien mantenía
frecuentes relaciones, utilizando un trozo de celuloide. Treinta años después,
1982, el escritor acepta el encargo de escribir un guión para una película
sobre este asesinato.
En Esa puta tan distinguida,
Marsé juega con la desmemoria del asesino para decirnos lo frágil que es la
memoria individual y colectiva. Esa desmemoria que tantas veces es tan
voluntaria como acción deshonesta. Utilizada por el ser humano con el firme
propósito para encubrir la falsedad y aligerar su culpa. Olvidarse del pasado
intencionadamente es parte de la miseria humana, fingir que no nos acordamos de
algo es parte de la indecencia conque asumimos convertirnos con frecuencia en
perfectos sepulcros blanqueados.
La
desmemoria de Fermín Sicart no ayudó mucho, ni antes al juez que juzgó aquel
asesinato, ni a Marsé en los continuas entrevistas que mantienen, para
encontrar las razones de aquel asesinato. Al escritor llegará la versión de un Sicart anciano, castigado por lo caótico de su vida treinta años después, así
como por la crueldad a que lo sometieron los experimentos psiquiátricos de
aquel tiempo de la dictadura. Un anciano que “parecía una reliquia de la España
triste, remendada y presumidita de la posguerra” y que, cumplida su condena y saldada su cuenta con la
sociedad, hablará en casa del escritor para casi no decirle nada del porqué
cometió aquel crimen.
El relato que construye Sicart en las
entrevistas está plagado de invenciones, inexactitudes, suposiciones y poco
más, que no interesan al escritor para su guión. Porque, a pesar de las
presiones del director y el productor para que escribiera un guión superfluo y
morboso sobre el crimen, lo que le interesa a él es conocer qué razones se
escondían en la mente de aquel hombre capaz de dar el paso para asesinar a la
persona que con su compañía, conversación y contacto sexual paliaba la tristeza
en que se desenvolvía su vida, y en la que no faltaban los traumas del pasado
(hijo de una prostituta).
No
falta en la novela la fina ironía de Marsé para abordar esta historia, a la que
acompaña el desenvolvimiento, las ocurrencias y el desenfado de su asistenta:
la inefable Felisa. Personaje que juega a ser un poco el alter ego del propio
escritor, con su “melena corta y negra como ala de cuervo, misteriosamente
juvenil”, de “carita aniñada y llena de arrugas” y “esa mirada burlona y
falaz”.
Esa puta tan distinguida, con su mirada serena y
escrutadora, no dejará de bucear con la maestría a que acostumbra Marsé en el
universo íntimo de las hostilidades y las miserias humanas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario