Hay
historias para ser contadas. Hay historias para ser leídas. Hay novelas que recogen
historias que conjugan ambas atribuciones. Réquiem
por un campesino español, de Ramón J. Sender, es una de ellas.
Una
historia contada casi nunca se construye desde la imaginación, está avalada por
múltiples experiencias o narraciones orales, por el trasiego de lo que hemos
vivido o han vivido otros. La novela es un modo de afrontar los retos del mundo,
una clarividente manera de decir lo que no somos capaces de decir de otra
manera. Esa es la impresión que siempre he tenido cuando en el transcurso del tiempo
fui leyendo Los santos inocentes, La familia de Pascual Duarte o Réquiem por un campesino español. La
historia de España de ese tiempo se puede contar también en estas tres novelas.
El mundo rural, tan presente en ellas, es parte del escenario donde se hurgaron
las heridas que padeció la España de la posguerra durante décadas, sumiéndola
en esa tosca amargura que la oprimió.
En
Réquiem por un campesino español se
narra magistralmente el desafuero de ese tiempo que cabalgó entre la república,
la guerra civil y la posguerra. No necesita muchas más páginas que las pocas
que tiene para decir todo lo que hay que decir acerca de la penuria de una
época que aplastó a este país hasta asfixiarlo.
Mosén
Millán se convierte en el eje sobre el que pivota la narración. El problema de
conciencia de este cura es parte de la secular domesticación de la conciencia
por parte de la religión, y que al régimen triunfante en la guerra civil le
vino de perlas. Como a todos los regímenes totalitarios que en el mundo han
sido, cada cual con su religión y sus domesticaciones de conciencias. Algo que
ocurre siempre que la ausencia de libertad triunfa. En aquella España de blanco
y negro no fue posible la liberación de la mala conciencia, era una excelente arma
de control del pensamiento y de las acciones no solo en la vida pública,
también en la privada.
El
réquiem que promueve Mosén Millán por el alma de Paco el del Molino, en esa paciente
espera de la asistencia de las gentes del pueblo al templo, no es más que el lavado
de una conciencia atormentada, la de este cura sumido en un mar de contradicciones
por haber delatado a su antiguo monaguillo ante los señoritos venidos de la
ciudad para hacer la limpieza que el nuevo régimen había puesto en marcha. Ni
perdón, ni conmiseración, solo exterminio y represión.
Las
contradicciones de Mosén Millán son el sin vivir que lo corroe y que le
impedirá sentirse bien consigo mismo, a pesar del bálsamo de su discurso
religioso. La Iglesia no dudó en ponerse
de parte de los sublevados en la guerra civil, como tampoco inspiró ningún
grado de magnanimidad con los vencidos. Se limitó a expiar su culpa poniendo al
servicio de los condenados a muerte la liturgia macabra de la extremaunción de
los moribundos que vendrían al amanecer.
Ramón
J. Sender utiliza la memoria de Mosén Millán para representarnos la lucha de
clases que se produce en el movimiento republicano previo a la guerra civil. Y lo
proyecta en un escenario rural, que pudiera inducirnos a pensar de que se trata
de una historia localista, cuando se refiere a la realidad de la España de la
posguerra, a aquella sociedad eminentemente rural donde se fraguó gran parte
del poder del régimen franquista: ignorancia, sumisión y control cacique. Por eso me sentí tan identificado con esta novela mientras escribía
Cae la ira (2018).
Réquiem por un
campesino español es una novela para ser leída y disfrutada
por su prosa suelta y arropada en la concisión. Fue publicada en 1953 en México
bajo el título de Mosén Millán, donde el comunista Ramón José
Sender Garcés se encontraba exiliado, hasta que en la edición de 1960 aparecerá
con el nombre que la conocemos.
Hay
novelas que provocan el encanto de la lectura a través de las palabras escritas
que las hilvanan, Réquiem por un
campesino español es una de ellas.
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