Mi paso por la Feria del Libro de Madrid ha sido una
experiencia inolvidable. Sentado en un taburete tras el mostrador de la caseta,
cruzando la mirada con decenas o cientos de lectores, que pasaban en un
trasiego continuo por el generoso espacio delimitado por el marco cuadrangular
del habitáculo de chapa, he podido comprobar que los libros siguen vivos. En momentos
la situación se tornaba más especial, cuando alguno se paraba para mirar con
más detenimiento los libros expuestos, o la portada de mi novela, y aquello sí
que me hacía sentir una especie de cosquilleo infantil.
Estuve firmando la tarde del viernes 27 de mayo y la mañana
del sábado 28. La caseta 353, compartida por dos editoriales: Esdrújula
Ediciones y Valparaíso Ediciones, permitió que coincidiéramos dos autores
firmando al mismo tiempo. El viernes estuvo allí el poeta y novelista
salvadoreño Jorge Galán, del que recuerdo haber firmado un manifiesto de apoyo
tras las amenazas que sufrió al publicar su novela Noviembre, en la que narra el asesinato en 1989 de varios jesuitas
en su país, entre ellos el padre Ignacio Ellacuría. El sábado coincidí con
Carmen Canet, quien como yo se había desplazado desde Granada. Al terminar mi
horario de firma hicimos intercambio de libros. Carmen se llevó La noche que no tenía final y yo su Malabarismos. Fue una excelente manera para
conocernos un poco más, pues también uno se refleja como es en lo que escribe y
cómo lo escribe.
He leído Malabarismos
(Valparaíso Ediciones, 2016) y me he sentido cómodamente reconfortado al leer muchos
de sus aforismos, capaces de activar instantáneamente el interruptor que aviva
las neuronas del pensamiento. Porque malabarismos con las palabras es lo que hace
Carmen Canet a la hora de escribir de modo tan preciso y con tanto acierto esas
sentencias que lo contienen todo, sostenidas por la destreza, el equilibrio, la
agilidad y el ingenio en el uso de las palabras. Productos destilados de
sabiduría, reflejos de vivencias, de experiencias, de tiempo vivido y compartido,
de incertidumbres por las que nos lleva la vida, reflejo de una existencia condenada
a buscar el equilibrio que mitigue tanta angustia.
Es admirable como en un minúsculo espacio tipográfico la
autora es capaz de ordenar unas cuantas palabras para proyectar un pensamiento
inabarcable. En la escritura todos empleamos las palabras, ellas son nuestro valioso
instrumento para comunicar a los demás lo que sentimos, pero la diferencia está
en que mientras unos recurrimos a la abundancia y desmesura, acaso fruto de
nuestra imprecisión para sujetar la dimensión narrativa del lenguaje, otros,
como Carmen, las seleccionan y apuran hasta usar un pequeño número y nos las
muestran con la virtud de ofrecerlas con brevedad y concisión. Así son los
aforismos que Carmen Canet recoge en Malabarismos,
la armonía del lenguaje breve en equilibrio, un mero destello de luz que alerta
los sentidos, una inesperada chispa que nos hará frenar por un instante hasta alcanzar
la quietud de la reflexión.
Si con Carmen compartí esa mañana de feria el espacio de una
caseta forrada de libros y los rostros expectantes, ansiosos como los de un
niño, de quienes se acercaban para mirar las portadas de los libros, hasta que
se atrevían a cogerlos con las manos y pasar sus hojas en busca de algún misterio
inesperado, ahora compartiré con ella también estos pequeños pozos de sabiduría
que son sus aforismos. Equilibrio, precisión, capacidad para hacer malabarismos
con escasas palabras, pero sin renunciar a abrirnos la dimensión más insondable
de nuestro universo reflexivo.
“En tiempos de crisis conviene mejor pensar en breve”, quizás
esta sea la razón por la que en los tiempos que corren Carmen Canet haya
reducido el pensamiento a la brevedad, que no a la trivialidad, y mucho menos a
la futilidad.
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