En
el camino de mi próxima novela me he encontrado con Patria, la novela de
Fernando Aramburu. El País Vasco y la realidad social y política de los últimos
cuarenta años es el contexto donde se desenvuelve esta historia de dos familias
que pasaron de la amistad profunda a la enemistad manifiesta. El terrorismo, como
telón de fondo, es el eje sobre el que pivotan las relaciones de sus
protagonistas.
En
mi caso, el proyecto de escribir una novela que tuviera como marco el País
Vasco arrancó allá por el año 2011. Mis distintos viajes a Vitoria y Mondragón
se fueron llenando de experiencias personales y reflexiones sobre lo que me
inspiraba aquella tierra. Este cúmulo de pensamientos y percepciones fue persuadiéndome
de que tenía una historia que contar.
Los
autores solemos vivir aislados, cada uno con su proyecto, ensimismados en la
historia que nos bulle y rebulle en la cabeza. Así es este trabajo ermitaño de
creación. Cuando el proceso de creación está en marcha, solo nos atrevemos a desvelar
en alguna ocasión pinceladas de lo que estamos escribiendo, como si fuera parte
de la necesidad de verbalizar lo que se mueve por la mente y se va reflejando
en el papel. Por eso, cuando la novela Patria fue publicada, en
septiembre de 2016, encontré que mi novela tenía una pareja de baile,
desconocida hasta entonces. Después he tenido oportunidad de leerla. Aquí os
dejo una parte de mis impresiones.
La
novela de Fernando Aramburu, aparte del placer de su lectura, me ha supuesto
una lección magistral de cómo abordar una historia donde se entrecruzan tantos
sentimientos contradictorios, que afectan a múltiples sensibilidades, asentadas
tanto en la tierra como en sus gentes. En Patria, la atmósfera de los
años de sangre y horror, de miedo contagiado a fuerza de amenazas y miradas
inquisitivas, alcanza momentos sublimes. Era aquel tiempo en que las vidas
estaban atrapadas en un entramado de relaciones propiciado por un ambiente de
asfixia social. Ser señalado por el terror era el peor castigo que te podía
caer. Quedar bajo ese yugo era ser golpeado por la desgracia; y lo menos grave
podía ser: quedar marginado socialmente.
La
presencia de ETA en todo este tiempo, junto a la izquierda abertzale que la
respaldaba socialmente y la sostenía en
las urnas, justificando cada acción terrorista, hicieron del territorio vasco
un espacio en el que para muchos resultó imposible vivir. ETA, a través de sus
sicarios, decidían los objetivos, sobre ellos caía la desgracia, sobre la que ya
no cabía discusión.
Los
personajes de Patria, movidos muchas veces por sentimientos muy
primarios, nos desvelan la carga ideológica y de fanatismo del terrorismo. Sin
grandes alardes de reflexión metafísica, vemos cómo son capaces de renunciar a
su vida, a la amistad, a compartir una merienda o a mirarse a los ojos.
Fácilmente quedan atrapados por actitudes fanáticas, capaces de anular al ser
humano. Sin reflexión alguna, sostienen y defienden consignas, que seguramente
no considerarían en un contexto diferente, donde el valor del ser humano se
respetara.
El
lenguaje cortante, austero, directo y contundente, sin muchas
concesiones, que deambula por la novela, no es solo el reflejo de una manera de
hablar, es la consecuencia de la amargura instalada en la vida de cada
personaje. Miren y Bittori, ese tosco escepticismo, reflejan esa aflicción que
había caído sobre ellas, por distintos motivos, pero de la que no sabían, o no
querían, despojarse. Un sufrimiento impuesto, de consecuencias fatales para sus
vidas: la amistad rota, a la que tuvieron que renunciar forzadas por la
ingratitud impuesta desde el entorno.
Patria
aproxima al lector a esa realidad a través de la seducción. El relato está
lleno de magia verbal, con formas sencillas de decir lo que se quiere decir. La
historia está llena de referencias a la gente, acudiendo a sus comportamientos,
y nos permite, a través de ellos, reconocer cómo fue la vida de esos años en
Euskadi. Los personajes son variados, al tiempo que tan sencillos como
potentes, sobre todo los femeninos, magistral reflejo del papel que juega el matriarcado en la
sociedad vasca.
En
la novela, las vidas discurren, van y vienen, del pasado al presente, del
presente al pasado, porque todo es parte de la misma sinrazón que se impuso
durante decenios. No importan los saltos en el tiempo a que nos lleva el autor,
ni el nicho vital de cada personaje, el lector queda imbuido por la avidez de
saber hacia donde discurren los acontecimientos que, aunque conocidos, le hacen
interesarse por saber en qué medida afectaron a los personajes.
El
tema que aborda esta novela de Fernando Aramburu es tan sugerente como
necesario. Afrontarlo desde la literatura es otra manera de contribuir al
necesario clima de paz, al que solo se llegará si somos capaces de encontrar
respuestas que nos permitan explicar en qué consistieron tanto los desajustes
sociales, como los dramas personales. Estamos, sin duda, ante una obra que no
defraudará al lector y que desde aquí la consideramos de lectura
imprescindible.
Completamente de acuerdo. Subrayo lo de la "magia verbal" (el valor estrictamente literario de la obra, la perfección de su escritura, merece un análisis detenido) y el acento en el "matriarcado", aspecto clave, hasta el punto de que, como vengo diciendo por todas partes donde hablo o escribo de "Patria", tal vez hubiera debido titularse «Matria».
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