Jugar con la vida
hasta la asfixia, viajar al interior de uno mismo como búsqueda, eso es lo que se
siente con la lectura de El juego de la asfixia, la novela la Bernardo
Claros, que recientemente tuve el honor de presentar en la Feria del Libro de
Granada, 2017.
En las páginas de
esta novela, el autor construye la historia de un profesor de instituto que,
ante la muerte de uno de sus alumnos como consecuencia de un supuesto caso de
acoso escolar, entiende que debe indagar más allá de la versión oficial que, a
duras penas, explica el fatal desenlace. Quizás el acoso no sea la única razón de
su muerte, pero el alumno lo sufre, y eso lleva al autor a recordarnos los
casos de otros chicos que terminaron en tragedia: Carlos, Jokin, Arancha,
Diego, Nicolás, Adrián, etc.
La implicación en
los problemas de los demás es una especie de terapia para redimir culpas
propias o episodios frustrados de nuestra vida. Eso es lo que se intuye en la investigación
que abre este profesor de Geografía e Historia en su afán personal, frente al
entorno que se lo reprocha, por esclarecer lo que realmente le ocurrió a Ismael.
El cúmulo de contrariedades
que giran alrededor del protagonista en El juego de la asfixia nos lleva a preguntarnos
si acaso el problema está en él y, por ese motivo, cada una de las parcelas de
su vida coge derroteros de fracaso. Pero él se opone a eso y se empecina que
cambiar el mundo que lo rodea, como si estuviera desajustado. Ni siquiera cuando trata de
volver a sus ancestros encuentra la paz que un día se le quebró o, quizás, la
que nunca tuvo y desde siempre ansió conquistar.
Los escenarios principales en los que se desenvuelve la historia, el instituto y el hogar, es todo lo que le queda, pero tampoco le son
propicios. Ni siquiera cuando intenta alejarse de ellos en busca de respuestas
es capaz de escapar a la asfixia que lo persigue, como si se tratara de un
estigma irreparable.
En esta novela
encontraremos un discurso que pretende dirigir nuestra mirada a las graves
distorsiones del sistema y de los seres humanos: el acoso escolar, el
ejercicio entre pusilánime y despótico del poder, la ausencia de compromiso
ante los problemas, la insolidaridad, la huida de la vida de los demás o ese no
querer meternos en líos. Nadie quiere saber nada. Se habla de violencia en las
aulas, de la agresión a un profesor… y, sin embargo, ello nos lleva a
preguntarnos por la responsabilidad de la sociedad en todo ello.
El
otro gran espacio vital sobre el que gira El juego de la asfixia es el deterioro
de las relaciones de pareja: ausencia de diálogo y falta de complicidad. Esta
relación marca la pauta existencial de este profesor. Y, no obstante, se intuye
que todos los problemas que lo acucian es como si fueran parte de un único problema:
su yo. Ni siquiera le dará resultado el intento de exterminar las cucarachas de
la casa que comparte con Sara.
La
historia está narrada en tono reflexivo y envolvente, en ocasiones obsesivo por
parte del protagonista, a veces intimista. El proceso narrativo se construye
con dos historias paralelas: la de pareja y la del ámbito profesional, para
concluir uniéndose ambas, en la buena lógica por la simbiosis que se produce de
lo que somos dentro de nosotros. No resulta fácil parcelar lo que es el ser
humano, toda la vida está cruzada de realidades entrelazadas.
El
lenguaje utilizado en la novela, cuidado y riguroso, tiene el suficiente vigor
para hacer su lectura amena y convincente. De lectura fácil, desde aquí creemos que su lectura no
dejará indiferente al lector.
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